NUEVA YORK · Top of the Rock
Dicen que es la capital del mundo y, hasta que no la visitas, no sabes realmente el significado completo de ese calificativo. Conforme empiezas a descubrir sus calles, sus plazas, sus edificios, poco a poco, va encontrando el significado. Por ejemplo, el Empire Estate es uno de esos edificios que va dándote motivos de no arrepentirte de curzar el charco y venir hasta aquí.
Pero, ¿esta entrada no va sobre el Top of the Rock? Entonces, ¿por qué comienzo a hablar del Empire State? Pues por pura lógica cuando tienes que elegir entre uno y otro. Obviamente, si subes a los dos esta problemática desaparece. Bueno, entonces, ¿qué, Empire State o Top of the Rock? Top of the Rock ¿Por qué este y no el Empire State? Fácil. Por las vistas. Subir al Empire State es un clásico, pero... ¡¡¡no lo ves si subes a él!!! Es, para mí, el icono de la ciudad, así que fuera donde fuera, se tenía que ver. Así que nos decidimos por el TotR. Además, pues en esto de las localizaciones fotográficas influye tanto la luz, que solo hacía encontrar respuestas evidentes.
Lo que está claro es que la hora a la que subas, a uno o a otro, tienes que pillar la puesta de sol y más, como fue mi caso, si el cielo está durante todo el día soso, insulso... Esto es, despejado completamente. En invierno, atardece muy pronto y, teniendo en cuenta que esa hora desfasada con respecto al sol que tenemos en España, allí en USA no existe. Estaba claro, a las 4:30 puesta de sol, así que una horita antes ya estábamos entrando en el edificio General Electric, que es el edificio del Rockefeller Center donde se encuentra TotR. Como imaginaba, estaba abarrotado. Bastante cola para acceder pero fluida. Desde que entramos al edificio hasta que estábamos en la cima, quince o veinte minutos.
Al ascensor le cuesta escasos 40 segundos en subir las 70 plantas del edificio. Y es la primera emoción con la que te encuentras. Luces, sonidos, música, imágenes... Muy "americano". Al salir del ascensor, primera terrarza/mirador. ¡¡Sorpresa!! Estaba semivacío. Entonces, ¿donde estaba toda esa gente que abarrotaba la entrada?. Desilusión. Estaban en la azotea más alta, la que tiene el mejor punto de vista y no por la situación, total a esas alturas 10 metros más o menos no importa. El problema es que en la azotea de arriba no hay nada que impida la vista. En las otras dos sí. Unas mamparas de cristal protejen al visitante del vacío. Afortunadamente, estaban bastate limpios y, además, hay espacio entre uno y otro cristal. ¿Cuánto? Pues no mucho. El Nikon 14-24 no cabe, ya os aviso.
Como también estas terrazas se iban llenando, tras varias tomas por diferentes puntos de la misma, decidí clavar mi bandera en un punto y no moverme de allí bajo ningún concepto. Tenía que morir al palo de tener el mismo encuadre. Eso o intentar otros y quedarme sin nada. Primeras tomas y primeras sonrisas. No solo por tener la tan ansiada foto de la Gran Manzana, sino por el cielo. Como sucedería al día siguiente en el Puente de Brooklyn, la diosa fortuna se apiadó de mí y empezó a colocar nubecitas altas en el cada vez más rojizo cielo neuyorkino.
El sol aún estaba potente y, con respecto a mi situación, a unos 30 grados con respecto a mi posición y el Empire State. Así que decidí empezar a disparar haciendo uso del braketing: tres tomas con un paso de diferencia entre toma y toma. ISO el más bajo posible, es decir, con la D810 a 64.
Como os he comentado, no había mucho juego en cuanto al encuadre así que, tras unas cuantas con el 14, para ganar focal, decidí arriesgarme y montar el todoterreno patatero que tengo para las fotos "familiares": el Tamron 28-300. Vale, de acuerdo, lo reconozco. Tengo uno, jajajaja. Y, he de decirlo. Me salvó la sesión. Se portó de maravilla. Lógicamente no pasé de 200, pierde muchísima calidad a partir de esa focal, pero a focales entre 70 y 180 se porta a las mil maravillas. Alguna tiré, por eso de la calidad con el 50 fijo de Nikon, pero la mayoría con el Tamron. Además, como he comentado antes, cabía por la separación de los cristales protectores, cosa que el 14 no.
Iba pasando el tiempo y el sol, cada vez más bajo, iba tiñendo más y más el cielo de rojos, naranjas, amarillos y magentas. Un verdadero espectáculo. Pero, yo seguía sin poder moverme de allí. La terraza de arriba estaba a rebosar de gente. Y, por fin el momento mágico, la golden hour ante mí sobre Nueva York. Momento mágico enfatizado por las primeras luces que se iban encendiendo por edificios sin fin de la ciudad.
Conforme iba pasando el tiempo y la luz se hacía más débil, comenzé a echar en falta el trípode. Así que, me tocaba comenzar a subir de ISO y bajar el tiempo de exposición. Segunda sorpresa del Tamron. El estabilizador funciona de coj..., perdón, de narices.
Con respecto a lo del trípode, os cuento. En principio no se puede llevar trípode. Está prohibido. Según me dijo uno de seguridad que le pregunté, es porque con tanta gente, molestas o incluso puedes provocar que alguien tropieze. Vale, me convenció. Yo había decidido no llevarlo porque sabía que estaba prohibido y pasaba de consignas. Mi sorpresa fue que vi uos cuantos trípodes montados. No eran muchos, tres a lo sumo. Imagino que la gente lo lleva y, si no le dicen nada, lo monta. También en la azotea de arriba existen unos muretes en los que puedes apoyar la cámara para hacer largas expos. Cuando se había puesto el sol y se había difuminado la luz del ocaso la gente comenzó a bajar. Fue cuando aproveché a subir al mirador de arriba e hice unas cuantas tomas desde allí. Alguna, con buen resultado, desde los poyetes de hormigón que os he comentado. Eso sí, con cuidado porque tienes que poner la cámara muy adelante, casi en el borde para que no salga el hormigón.
Tras las típicas tomas con la noche sobre Nueva York, terminé la sesión y dimos por zanjada esta localización. Como en tantas de Nueva York, originales todos sabemos que no vamos a ser, pero son de esas fotos que uno siempre quiere hacer por si mismo. Sueño cumplido.